martes, septiembre 26, 2006

Andrea y los chanchos



1.Meet Andrea

Me acordé hoy de pronto, y seguramente no por casualidad, del personaje de Andrea de Taverney, uno de los ficcionales de la novela El Collar de la Reina, de Dumas, plagada por otra parte de personajes históricos y hechos reales. No es Andrea, sino María Antonieta, la heroína de la novela, y esta circunstancia me la hace aún más interesante. Andrea es un personaje singular, sublime. Parece sacada de una tragedia de Corneille o Racine...si esta chica hubiera vivido realmente en un siglo tan frívolo como el dieciocho (o, por poner un ejemplo extremo, en el nuestro), la habría pasado seguramente tan mal como en la novela (o muchísimo peor).

Andrea es una bella joven que vive a la sombra de la reina. Ama al señor de Charny, que es el amante de María Antonieta, y por supuesto, al mejor estilo Fedra, no es correspondida (porque Charny, como la mayoría de los personajes masculinos de la novela, ama a la reina). La combinación no podría ser peor: tiene juventud, belleza, talento, nobleza en toda la extensión de la palabra y un alma a toda prueba. No es amada, y para ella las cosas son o blanco o negro (sepan entenderla, esta buena gente todavía no tenía noticias de la posmodernidad y sus vastas zonas de indefinición) Como dice Dumas, “no cabían transiciones para aquella alma estoica”.O la vida en todo su esplendor, con el amor de Charny, o la oscuridad y el olvido en el convento, que Andrea elige por propia voluntad. En un siglo y una corte dedicados fervorosamente al placer y a ninguna otra cosa, la elección de Andrea no deja de ser singular. A todos les parece fría y orgullosa, y esa frialdad no es sino la expresión de su recelo frente a un mundo que le resulta hostil y carente de sentido, y del dolor por su propio destino (y ahí es donde se muestra más próxima y humana, porque Andrea siente que merece, como lo sentimos alguna vez todos los mortales, una caricia de la diosa Fortuna en vez de tantos sinsabores). Sólo sabemos de la pasión de Andrea cuando se encierra en su habitación de Versalles, cuando ya no tiene que fingir más, cuando todo el calor que hay en su corazón y que no puede expresar se derrama en forma de lágrimas, de gritos, de imprecaciones al Todopoderoso. Andrea, como alma rebelde que es (rebelde con causa, por supuesto), llega incluso a blasfemar, lo cual para la época era algo así como animarse a pisotear una bandera con la cara de Maradona.

Hay una escena particularmente conmovedora en la que Andrea debe fingir que va a ver a un moribundo Charny de parte de la reina. Para no traicionar su propia pasión, Andrea llega a clavarse las uñas para ahogar un grito cuando el médico le confía que tal vez el joven no pase la noche. Andrea es de esos seres que prefieren morir a abrir su corazón en vano.

Todo esto parece muy alejado de nuestras tribulaciones amorosas habituales. Hoy por hoy, seguramente a Andrea le darían un lexotanil, y cuando estuviera más calmada le aconsejarían ir a la peluquería , a un spa, de shopping, en fin, olvidarse un poco de este chico Charny y prepararse para salir con algún otro cortesano que no la bloquee en el messenger. Los paroxismos del dolor son bastante mal vistos en esta cultura. Nos enseñan a evitar el dolor por todos los medios, a cualquier precio, y no a transitarlo. Por ende, cuando llega, estamos mal preparados. Nos enseñan a elegir el amor del mismo modo que un tipo de yogurt en el supermercado, no a vivirlo. Y así con todo. En la pragmática vida posmoderna, no hay espacio para extravagancias románticas que puede llevarnos a la autodestrucción. Ya se sabe, lo peor que nos puede pasar no es no amar o no ser amados, es morirnos. Cualquier boludo lo sabe. Entonces, hay que evitar cualquier cosa siquiera parecida a la muerte a toda costa. A no ser que podamos extraer de ella algo de placer (es lo que pasa con el sexo, por ejemplo, al cual tratamos a como dé lugar de despojar de su misterio, de lo que tiene de desconocido y fascinante, para convertirlo en algo mecánico y familiar, o a lo sumo, en una sucesión de nuevos y aparentemente apasionados minipolvos pocket, que es más o menos lo mismo).

Para Andrea, la propia muerte no sería una preocupación, sino más bien un alivio. Nosotros, en cambio, consideramos que la vida, aún en su condición más miserable, debe ser preservada a toda costa. La dignidad es consiguientemente un lujo que no podemos permitirnos. Quizás la cualidad más sobresaliente de Andrea sea justamente su dignidad, que muchos (incluída la reina) confunden con orgullo. Rebajarse equivale a traicionar su propia naturaleza, y esto es, para Andrea, lo verdaderamente importante: con amor o sin él, en el dolor o en la dicha, en la riqueza y en la pobreza (no sé si les suena...), ser fiel a sí misma. A no ser, que encuentre una razón, la única razón lo bastante importante para claudicar en algo de eso, que es la posibilidad real de amar y ser amada. Nótese que no digo “la posibilidad de obtener placer o de satisfacer su ego”. La única que cosa por la que vale la pena claudicar es el amor, nada menos. Se entiende por qué Andrea me conmueve tanto?

De más está decir que Andrea, a causa de su manera de ser, está muy sola. Se niega a ceder a su propia ternura, porque sabe que eso habilitaría al otro (a su padre, a la reina) a manipularla: es por eso que parece fría. Lamentablemente eso la aleja también de los que sí la aman, como su hermano, o la propia reina, a su manera (porque sí, la paradoja es que, como al final nadie nace sabiendo amar -a lo sumo hay gente más sinceramente predispuesta a ello que otra-, en el aprendizaje del amor muchas veces cometemos la torpeza de intentar manipular al otro o de dejarnos manipular, algo por cierto muy alejado de la naturaleza del amor mismo)..

También hay algo en el pasado de Andrea (que nunca llegamos a saber del todo, pero podemos imaginar), que explica su modo de ser. Como ella misma nos dice, en ese pasado un hombre tomó su cuerpo, y otro su alma. No hay nada que lastime más a un espíritu como el suyo que entregarse en vano; porque cuando Andrea es feliz (a raíz de la farsa de matrimonio con Charny ideada por la reina), es espontánea e impulsiva como una niña. Podemos pensar que ése es su yo verdadero, el que nunca puede dejar salir ya que conoce los peligros que eso conlleva. Andrea es feliz cuando puede ser ella misma, cuando puede dar rienda suelta a su pasión, a su verdad.

El mundo, hoy y entonces, es hostil a los caracteres como Andrea. Son poco productivos, puesto que no se los puede seducir con nada que no sea lo que ellos verdaderamente quieren: no hay satisfacciones sustitutorias (no hay neurosis, bah). Andrea, hoy por hoy, sería alguien inmune a los mecanismos de las industrias culturales, por ejemplo, si es que es posible imaginar tal cosa. La mera conciencia racional de las cosas lamentablemente está lejos de inmunizarnos contra las mismas...ah, le ponemos tantas fichas a la razón...demasiadas!


2. El discreto encanto del 20%

La idea es que hoy podemos ser felices, por poco que transijamos y nos esforcemos un poquito de un modo conveniente al sistema. Habría que preguntarse qué clase de felicidad es esa. Porque puede resultar muy bien (de hecho, lo hace), para todos los que desconozcan el mecanismo en cuestión (algo así como un 70% de la población, cifras del indec, cuac), o que, aún conociéndolo, transan porque son ampliamente beneficiados (económicamente) por el mismo (aproximadamente un 10% de la población). El otro 20% está jodido: sabe cómo son las cosas (sabe, por ejemplo, que los entornos laborales exigen falsedad, competitividad y estrategia, o que para tener una relación con un hombre primero hay que histeriquearlo y hacerse la difícil, que vendría a ser lo mismo llevado al terreno de las relaciones, que son, por supuesto, otro negocio, o qué creían...), y por desgracia sabe también que esas cosas no tienen puntos de coincidencia con su manera de ser y de sentir, y lo que es peor todavía, su manera de ser y de sentir está francamente estigmatizada (y por supuesto, pasada de moda, que es algo gravísimo) en esta época. La opción, digna por cierto de una tragedia posmoderna, es la de adoptar los códigos vigentes, o bien mantenerse fiel a uno mismo y aceptar las consecuencias. Antes de que me acusen de existencialista, ya sé que entremedio están las famosas zonas grises de la transición y la negociación...pero saben, no las cuento como opción, porque, a no ser que sean transitadas con plena conciencia, definitivamente implican erosionar una parte de uno mismo (al pedo, la gran mayoría de las veces), y esto lo digo por propia experiencia. Por supuesto que el alma puede sobrevivir a la erosión, pero nuevamente...desgastarse solamente para sobrevivir, tiene sentido? La vida es algo realmente precioso, lo que es una lástima es que el mundo sea tan jodido.

Pero no terminan aquí las tribulaciones para el 20%, porque aún suponiendo que opten por la paulatina erosión, por la velada claudicación de algunos de sus principios en aras de la supervivencia y “la felicidá, a-a-a-a-aaaaaaaaaaaa”, eso no es ninguna garantía de que en el camino no sean malinterpretados hasta el hartazgo por sus coetáneos, ya sean éstos de la franja del 70 o del 10%. Uno termina predicando en el desierto, o lo que es lo mismo, tirando margaritas a los chanchos. Inútil tratar de convencerlos de que el mundo iría mejor con menos caretaje, menos egoísmo, menos histeriqueo, menos falsedad, y más autenticidad, más amor, en definitiva. Enseguida nos cuelgan la etiquetita de new age (lo último de lo último tanto para el intelectual como para el tachero de la esquina), blanco de todos los sarcasmos posmodernos (porque sí, somos muy posmodernos, pero todavía no nos desprendimos del paradigma de la razón instrumental, cuac). O, lo que es lo mismo, de boludo de turno que da y espera demasiado de la vida, y no en términos capitalistas precisamente. Motivo por el cual el 20% suele optar por disfrazarse de miembro de los otros clanes...aunque siempre, tarde o temprano, se le ve la hilacha. Es su sino...

A no ser que el 20% pueda de alguna manera convencer al resto del “encanto retro” de sus convicciones y valores, para que aunque sea los puedan vender en alguna tiendita vintage de Palermo Soho y sacar unos mangos, está en el horno con papas, mal. Y aquí viene la pregunta: 20%, qué hacemos? Les tiro las opciones:

a- Por supuesto que la única salvación es la adaptación al entorno. Pregúntenle a los camaleones.

b- De ninguna manera, púdranse, moriré de pie cantando I am what I am, al mejor estilo Gloria Gaynor

Se podría hablar de muchas otras cosas, pero cómo impacta esto en el terreno de las relaciones? La opción b es la gran Taverney, que ya sabemos dónde termina. En cuanto a la opción a, nótese que tiene diferentes matices, a saber:

a-1 Después de todo, yo no elegí ser así. Yo quería ser como los lirios del campo, que ni se agitan ni se afanan, cómo no me preguntaron? Y bueno...voy a hacer todo lo posible por parecerme a ellos, estoy frito sino...porque qué posibilidad tengo sino de ser feliz? Casi ninguna...

a-2 Bueno, pero por qué tanta tragedia? A fin de cuentas, todo es relativo...vamos viendo, a ver qué circunstancias ameritan que yo me muestre como soy, y en cuáles saco el disfraz de batichica del armario (muy sensato, no?)

a-2-1 Y podría suceder, porque el mundo está lleno de paradojas, que sea justamente en la adopción de los métodos vigentes y propuestos por el sistema para tener éxito (cuac) en la vida amorosa (doble cuac, qué sería una vida no amorosa, desamorosa...? Hay una vida no amorosa? Aaaaaah, sí... la que llevamos el 98% del tiempo! Qué tonta!), podría ser, digo, en la adopción de esos métodos cuando obtenemos una respuesta del otro, una respuesta que incluso podría ser sincera y no un mero juego de marionetas? Podría suceder, y de hecho sucede todo el tiempo. Es cuando especulamos que nos va mejor.

a-2-1-a Entonces, si eso llega a pasar, qué validez tendría el amor de esa persona que me ama porque en un principio representé un papel para que no saliera corriendo y pudiera así apreciar cómo soy en realidad? Qué es lo que ama en mí, la primera imagen que le presenté, la segunda, a la que sólo puede acceder paradójicamente a través de la primera, y que ya no es una imagen solamente, o la combinación de ambas? Tengo que tener el sello del mundo para que otro me ame, decir de algún modo “sí, yo soy dulce, apasionada, inteligente, espiritual y esto y lo otro, pero no te preocupes, también un poco guachita, un poco histeriquita, un poco caprichosita, así te quedás tranquilo y no sentís que soy algo que no podés comprender (recordemos que, con nuestro paradigma vigente, comprensión no está muy lejos de dominación), representando clichés de lo femenino”?

a-2-1-a –1 Y, si esto sucediera, si finalmente descubriera que, mal que mal, el otro me ama, cómo tomaría yo ese amor? Me parecería igualmente meritorio que el de alguien que no necesitara que le muestre la figurita histérica, que le marque distancia para acercarse a mí? De alguien que, simplemente (como imaginaba yo antes que eran las cosas, antes de que me metieran la empanada de la posmodernidad en la cabeza), se sienta atraído por mí porque intuye en mí algo afín a su alma, y se acerque sin más y sin vueltas, valiente, frontalmente?


3. Love is...


El amor no puede ser otra cosa que amor a lo desconocido. En cierto artículo, Freud (tomen nota de a quién estoy citando, porque dudo que se repita) habla de los orígenes etimológicos (vieron que viene muy bien tener a mano el fichín de la etimología, jugás de lo lindo con eso) del término siniestro (unhelmich o algo así, en alemán), desglosándolo como “lo no familiar”. El amor, desde esta perspectiva, es siniestro, porque cuando es genuino, es un viaje de ida a lo desconocido. Lo salvaje, lo natural, es siniestro también. Tratamos, ya les dije, de tranformar lo “siniestro” en familiar, todo el tiempo, simplemente para quedarnos tranquilos y no acordarnos de la muerte y todas esas cosas. Será la razón por la cual el amor verdadero, y no sus derivados listos para agregar leche y revolver, es tan raro de encontrar? La gente se junta por una multitud de razones (temor a la soledad, perspectivas de mejoras económicas y o sociales, necesidad de sexo con continuidad en el tiempo, deseo de tener hijos, presiones del entorno o los deber ser internos, etc, etc.) y le llaman amor, como le podrían llamar arroz con leche, total...Después nos quieren vender a todos (como les vendieron a ellos) la idea de que eso (las peleas, los desencuentros, las mentiras, las reconciliaciones, los celos, las infidelidades, etc, etc.) es el amor. Recontracuac.

El amor es entrega. Absoluta. El amor es verdad. Es traspasar los límites, todo tipo de límites, incluidos los de la propia conveniencia. Lo demás puede ser una convivencia amigable, un grato pasatiempo, pero no tiene mucho que ver. Y yo no veo amor en la mayoría de las parejas que veo a mi alrededor. Veo miedo y costumbre. Chatura. Veo ese apego que tenemos por las cosas cuando nos apropiamos de ellas, cuando las hacemos familiares. Lo que hoy se entiende por amor se parece bastante a una mariposa clavada con un alfiler, desactivada, imposibilitada de volar, y por supuesto, muerta (tanto que hichan con la muerte, la verdadera muerte no es la desaparición física, sino la desnaturalización, el congelamiento de las cosas – Walt, estás más muerto que los de six feet under, sabelo-) Veo eso, y eso sí que me parece siniestro. Mucho más que el esqueleto con su guadaña.

Por último, el amor es la absurda, la ingenua idea de que uno puede transformar las cosas. No en el sentido de que uno tiene que transformarse, o deformarse para que lo amen, precisamente. Sino en el sentido de que las realidades, los obstáculos que hay en nuestra mente, los entornos hostiles al amor terminan cediendo al mismo, no con la lógica de este mundo, pero sí con una supra lógica, por llamarla de alguna manera. La razón por la que esto no sucede todavía, creo yo, es porque recién estamos rompiendo el cascarón de nuestro estado de subnormalismo espiritual, recién nos estamos dando cuenta de que, aunque cumplamos toooodos los preceptos de la sociedad capitalista, eso no es ninguna garantía de felicidad, y de que si lo es, se trata de una felicidad falaz. Se puede hacer de la propia vida una falacia, pero imagínense cuánto peor le iría a la humanidad si todos optáramos por eso (bah, creo que ya ni estaríamos).

Se viene una confesión. Chan. Voy a contarles un pequeño y lamentable secreto: creo que las veces en que los hombres se interesaron más sinceramente por mí (o por lo menos con cierta continuidad en el tiempo) fue porque de algún modo preexistió una distancia, creada por mí (no por histeria, como se imaginarán, sino porque en un principio no sentía especiales deseos de acercarme), o bien circunstancial, pero una distancia al fin. La distancia, según esta regla de tres, parece ser la condición necesaria para el “acercamiento”, en esta sociedad enfermiza (enfermiza, pero con la apariencia rozagante de una campesina suiza, claro) en la que vivimos. Ergo, que no te guste demasiado un tipo al principio es una gran bendición (como diría en otros términos mi, por fortuna, ex terapeuta): es nada menos que el pasaporte al tan ansiado conocimiento (porque, recordemos, las ganas y la disposición para amar son leídas como “debilidad” o “necesidad” por el otro, cosas ambas muy poco seductoras; o también : cuando uno da mucho, o muy rápido, con igual rapidez el otro lo percibe como poco valioso). Además, tiene otras ventajas extra, a saber: cuando una persona no nos gusta particularmente, podemos observar sus movimientos con desapasionamiento y objetividad (dos grandes valores del tango posmoderno), y consiguientemente juzgarlos mejor y elaborar estrategias más certeras: la información es el gran arsenal de las relaciones (la pregunta sería, claro, para qué carajo querría yo elaborar estrategias en pos de alguien que no me inspira nada muy remarcable). El juicio de uno se empaña, se embota (vieron que ahí es donde hombres y mujeres reputados como inteligentes se vuelven terriblemente estúpidos), cuando esa persona nos gusta desde el vamos: porque nuestra percepción está tamizada por nuestro deseo y se vuelve harto relativa. Cuanto más in the mood for love, peor nos va.

Próximamente prometo un post de tips anti-chanchos. Finalmente me decidí por la opción a-4-b-1-a, que consiste básicamente en dejar de tirarles margaritas a los chanchos por un buen rato. Porque yo me imagino que así les van a salir alitas como al de la foto...pero saben, nada que ver... Al final el chancho volador (el chancho voladooooooooooor, el chancho voladooooooooooor) era un mito urbano nomás, como las relaciones casuales que terminan en matrimonio, las modelos inteligentes y demás huevadas. Uno puede disfrazar lo que en esencia es, pero no cambiarlo. Tampoco se le puede pedir al chancho que deje de ser chancho, o tocarlo con la varita mágica como en los cuentos para que se convierta en otra cosa. Al chancho lo que es del chancho, y a Dios lo que es de Dios. He dicho.

1 comentario:

josaphat dijo...

Senhora, que palavras lindas sobre Andréia de Taverney. Quem me dera poder encontrar, assim, palavras que a descrevessem. A gente pode amar um personagem de livro?

 
Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 .