domingo, marzo 09, 2008

Dulce placebo


La chica que pasea la mirada por las estanterías blancas tiene un pañuelo en la cabeza y un largo delantal, a juego con el piso y las paredes. Todo blanco, aséptico. Podría trabajar en un hospital como instrumentista o en un delivery de comida macrobiótica.

-Más dulce y frutal...bueno, está el de coco y mango.

Podría ser un licuado, pero no. La chica me tiende una botellita transparente con sumo cuidado. No, no lleva guantes de látex, pero no estaría de más... La acerco a mi nariz, la huelo. Agito el líquido naranja claro, que hace unas burbujitas fugaces.
Lo pulverizo en el dorso de mi mano y vuelvo a aspirar. Tiene todavía mucho olor a alcohol, pero es rico. Agito la mano para que se seque más rápido. En las estanterías se apilan otros frascos transparentes con líquidos de colores, esponjas a juego, sales de baño...todo lindo, moderno, femenino. De hecho, el lugar está colonizado por mujeres, tanto vendedoras como clientas, todas afanadas tras los frasquitos y los colorcitos. Vuelvo a aspirar. El perfume me gusta, sí. Me lo llevo.

-¿Para regalo?

Le digo que sí. Se trata de un autorregalo, pero bueno...¿hay diferencia? Me hace ilusión desenvolver el paquete envuelto en papel de seda. Todo es tan chic. Qué lindo, este pequeño universo de belleza y perfumes, todo blanco y cujado de colores y envases primorosos; un alivio. Un placer, en verdad.

Así sucede. Suavemente me invade esa gratificación instantánea que emana de toda buena compra (excepción hecha de la del super, claro), en mayor o menor medida; o tal vez directamente de toda compra superflua. Por supuesto, me estoy llevando algo más que el body splash con delicioso aroma a coco y mango...me estoy llevando un momento, una sensación envasada en 150 mililitros. La compra captura algo del mundo para nosotros, algo mucho más indefinible y subjetivo que un aroma. Una pequeña compensación a los apretujones del subte, los gritos del jefe, las peleas con la compañía de telefonía celular y los sinsabores de la balanza (de la cual lamentablemente suele pender un hilo de autoestima) que matizan la vida de toda chica cosmopilitan del subdesarrollo. Una suave y tentadora vocecita susurra: todo está bien. Sigue comprando y te sentirás mejor. Ay, a quién le importa que ya tengamos veinte frascos de body splash en casa? De coco y mango no tenemos ninguno, estoy segura... La compra es una droga dulce y frutal, bastante poderosa por cierto. Esto tiene un matiz un tanto riesgoso en el caso de las mujeres (y no nos referimos al riesgo de patinarse la extensión de la tarjeta de crédito, que es el único que los publicistas parecen detectar...qué triste que en nuestra economía la figura femenina con poder adquisitivo aparezca siempre con la mano en el bolsillo del figurín masculino, no?).

Madres, amigas y revistas femeninas varias coinciden en recomendar un remedio universal para las separaciones y otros estados de ánimo cercano al subsuelo: la peluquería. Y sus variantes, claro: un masaje, una sesión de spa o un paseo por las tienditas fashion de Palermo (Soho, Village, Lower East...? ya me perdí)

Y ahí vamos...shop till you drop!

Hacerse unos automimos está muy bien. Pero a ver...esto de andar comprando parches fashion para tapar agujeros emocionales no tan fashion...no será algo que se nos puede volver en contra? O, lo que es aún peor, que corre el riesgo de agotarse en sí mismo como recurso? Ya saben cómo es el tema, uno se hace adicto y necesita dosis cada vez mayores...el body splash pasa a ser como comerse un chicle cuando uno está que se come las paredes de hambre.

Partamos de la base de que estas compras autogratificantes y no necesarias siempre siempre son el alimento favorito del ego...pero para las mujeres, además, cuando se convierten en compulsión, suelen actuar a modo de tapón emocional. Corríjanme si me equivoco, el hombrecito típico optaría por un partidito con los amigos, o una buena sesión de sexo (vieron que es algo que los hombre usan mucho como descarga, cualquier analogía es mera coincidencia). Que eso tampoco resuelve el problema de fondo (que vendría a ser, para decirlo en dos palabras, que habitamos una sociedad consumista, individualista y alienante, y encima estamos copados con eso), es totalmente cierto...pero por lo menos es más liberador, suelta en vez de tapar. Y, ya que alimentar al espíritu no suele ser parte de nuestro programa, entre gratificar al cuerpo y gratificar a la mente...creo que me quedo con lo primero. Sí, ya sé que no son cosas excluyentes...pero verdad que parece siempre que es una cosa o la otra? Ah, la ensalada de dicotomías posmoderna...mozo, tráigame el aderezo, por favor!

Cuando salí del local tapizado de blanco y repleto de frascos multicolores, con mi preciosa bolsita rebosante de papel de seda conteniendo mi novísima adquisición, pensé que sería buena idea echar un vistazo a las tienditas de ropa del barrio (no vivo en Palermo, aclaro por las dudas). Sólo mirar...claro que, se me olvidó un detalle: estamos todavía en época de liquidación, y...ups, cosa imperdonable, no me compré nada, pero NADA nuevo esta temporada que pasó...¿qué pasó?. Uno de mis períodos amnésicos en los que olvido las bondades del shopping, sin duda...y allí fui corriendo, a comprarme una musculosa, y un pantalón sin evaluar demasiado si lo necesito, porque está todo tan bien de precio y hay cosas tan lindas, aún en la moda tan indigerible del último verano...Pero, cosa curiosa, cuando me dieron las bolsitas de papel...se hizo un espacio en blanco, una ausencia más blanca que las estanterías de la tiendita del body splash. Oh sorpesa, no sentí gratificación alguna...Me quedé mirando a la vendedora con cierta desconfianza, como si me hubiera cobrado de más, y a punto estuve de decirle...Y? Qué pasa que no me pega todavía? Se supone que esto es alivio instantáneo!

Y ahí nomás me di cuenta de que estaba tragando un Placebo, así con mayúsculas, por enésima vez...y una vez visto el truco entre bastidores...andá a convencerte de que el mago hace magia! Una lástima...porque a mi autoestima le hacía casi tan bien como ir a la peluquería. Y lamentablemente paso por la peluquería con la frecuencia del cometa Halley...qué desastre, porque mi cabeza está tan dada vuelta que parece que ya no hay Morcheeba que me sirva...
 
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